La ermita de Santa Anna forma parte de la partida que le da nombre. Partiendo del lavadero Pou d’Avall, y siguiendo un camino asfaltado de corto recorrido, podemos llegar a la ermita.
Esta ermita, la más próxima a la población, es también la más antigua del término, puesto que data de 1613. No obstante, como otras muchas, esta también ha pasado por diferentes modificaciones que han enmascarado el que debió de ser primitivamente un estilo gótico tardío. La última restauración fue acabada en 2007.
La ermita es un edificio de cuerpo rectangular alargado, con muros reforzados por contrafuertes y cubierta de tejas a dos aguas. Adosado a la cabecera, tiene la vivienda del ermitaño, y por la izquierda sobresale el cuerpo cuadrangular de la sacristía, también con tejado independiente. Los muros del conjunto están blanqueados en su mayor parte, aunque en muchas superficies se ha dejado a la vista la obra de masonería y sillares.
En la parte exterior, la fachada, triangular y vaciada, presenta una apertura de medio punto con grandes dovelas para la puerta de madera de dos hojas, junto a las cuales hay un letrero con el nombre de la ermita. La sencilla espadaña remata el hastial con su campana y pequeña cruz de hierro.
A su alrededor se extiende una explanada que, frente a la fachada, forma una plazoleta delimitada por un muro en el centro, del cual se levanta un padrón de piedra.
El interior es sobrio y austero, consta de una nave única dividida en tres tramos por arcos de medio punto que arrancan de pilastras para soportar la cubierta a dos aguas con vigas de madera. El pavimento es de mármol, colocado recientemente. Hacia el centro de la nave, en el lado de la epístola, existe un púlpito de obra. En el presbiterio, a la izquierda, un acceso con portada renacentista comunica con la sacristía.
En el testero, podemos encontrar una imagen de santa Ana con la Virgen Niña en una hornacina, sobre la cual puede verse un Cristo representado al estilo románico.
El año 2002 se descubrieron unas pinturas murales de la época barroca, de traza ingenua y modesta, que fueron ocultadas por orden del arzobispo Mayoral, quién visitó la ermita en 1758, y las consideró inapropiadas. Estas pinturas han podido recuperarse parcialmente en la restauración del 2007.