El edificio más destacable, sin duda, del centro histórico es la iglesia-fortaleza de Sant Bartomeu, del siglo XIV al XVI, con ampliaciones en los siglos XVIII y XIX. La obra principal se encuadra dentro del gótico isabelino. Su importancia y significación hizo que en 1931 fuera declarada Monumento Artístico Nacional.
Su historia empieza en 1304 con la construcción del actual presbiterio, pero el crecimiento de la población y los ataques de los corsarios berberiscos desde el siglo XV aconsejaron agrandar la fortaleza. Así, en el 1513 empezaron las obras dirigidas por el maestro navarro Domingo Urteaga. Se trata de una gran nave gótica, encabezada por un ábside, con tres capillas en cada lateral enmarcadas por los contrafuertes.
Posteriormente, se añadieron a los lados del ábside varias dependencias. En el costado norte, en la unión entre el ábside y la nave, está el campanario acabado en el siglo XVII, también utilizado como torre de vigilancia. Su techo está formado por bóvedas de crucería y sobre las capillas corre una galería o triforio con arcos abiertos a la nave interior y grandes ventanales al exterior debido a su finalidad defensiva.
El principal elemento de construcción es la piedra tosca, siendo sus elementos decorativos escasos en el interior. También son modestos los elementos arquitectónicos ornamentales del exterior, destacando los escudos heráldicos sobre las puertas de acceso, las decoraciones vegetales de las impostas, las hojas de cardo, y las bolas de las portaladas.
El conjunto está rematado por almenas y dispone de saeteras, aberturas para los morteros y dos balcones sobre las puertas y otros desaparecidos que conforman una barandilla en la parte superior del edificio. Cumplía perfectamente sus dos objetivos: cubrir las necesidades religiosas del pueblo y defender a la población contra los ataques de los corsarios berberiscos. En el subsuelo del actual pavimento, alrededor de la iglesia, hay un inexplorado conjunto de criptas y vasos funerarios por descubrir, probablemente del siglo XVI.